¡yo soy adicto al trabajo! Fue la expresión que utilizó uno de mis estudiantes al presentarse a los demás en uno de los cursos a los que estaba dictando clase. Y aunque este alumno no se enorgullecía de esa situación, sí reconocía que era algo que le gustaba. Situación que me recuerda un artículo de Aceprensa publicado el 20 de junio de 2014, en el que el autor hace referencia a un libro escrito por Brigid Schulte en el que analiza la denominada por ella “epidemia nacional de estrés”, en la que los jóvenes trabajadores que se quejan de no tener un solo minuto, lo hacen como una forma de elogiarse a sí mismos y ante los demás como una forma a su vez, de tener un mayor status.
Tal parece entonces que la vida en la sociedad actual es una vida ajetreada, intranquila, agitada, cansada… o como le dice Libertad a Mafalda en una de las tiras cómicas de Quino, es la “normalidad” en la que estamos sumidos y como normal, lo mejor es asumirlo como algo contra lo que no se puede luchar o tratar de cambiar…
La metáfora utilizada por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman para referirse a la modernidad como si se tratara de un fluido, me parece muy apropiada para explicar la forma como estamos viviendo.
Dentro de las propiedades de los fluidos analizadas por Bauman, hay una que me parece necesaria para analizar el tema que estamos tratando, y es la imposibilidad de los fluidos de permanecer estables, que hablando de la sociedad se puede comparar con la imposibilidad de contar con referente que perdure tal cual es, independientemente del tiempo y lugar. Es decir, que no se moldee al recipiente que lo contiene o a la ideología predominante en el tiempo actual.
La sociedad líquida no es que no tenga referentes, claro que sí los tiene, pero son inestables, poco duraderos, tal como los presentados por los medios de comunicación, tales como la moda en el vestuario, deporte, ideologías, cantantes, actores y todo aquello que tenga carácter de ser imitado o consumido. Una de las características de estos referentes es que se tienen que renovar en cuanto ya no me sean útiles o haya aparecido uno que me de una identidad más nueva o más actual, una identidad más acorde a lo que esperan los demás pares o personas que están evaluando constantemente mi posición en la sociedad líquida.
Sin embargo es probable que comprometerse con un sólido y ser coherente con él sea una tarea que el habitante de una sociedad líquida no esté dispuesta a asumir y prefiera conformarse con la inestabilidad propuesta por “las tentadoras ofertas alternativas de autoridad (la notoriedad –en lugar de la regulación normativa-, las celebridades efímeras y los ídolos del momento, los igualmente volátiles temas de conversación de moda, sacados del silencia y la oscuridad más absolutos por un reflector o un micrófono en manos de un reportero televisivo, y que desaparecen del candelero y de los titulares con la misma rapidez fulminante) hacen las veces de señales de tráfico móviles en un mundo desprovisto de otras que sean permantes” (Bauman, 2006, p. 46).
Esta ausencia de referentes “sólidos”, produce en las personas un estado de incertidumbre en el que la búsqueda de referentes se convierte en una situación angustiante, tal como le expresaba el autor Vásquez Rocca (2008) en su artículo al hablar de los efectos de la ausencia de referentes en una modernidad líquida. Por el contrario, el resultado de tener sólidos, es una situación en la que la persona se siente en paz, porque sabe para dónde se dirigen sus acciones
Por lo tanto, algunas de las preguntas clave que nos podemos hacer cada uno de nosotros son: ¿cuál es el sólido que guía mis acciones?, ¿realmente es un sólido o se me está derritiendo por el contacto con los fluidos que pululan en la sociedad líquida?